Mujer en México experimenta la transformación y el perdón
Este es un relato de primera mano de Maritza Mendoza, una misionera que sirve en México. A través de este medio ella nos cuenta la historia de transformación de Dominga.
Cuando llegamos como nuevos misioneros a Los Olvera en Querétaro, México, caminamos por la comunidad para ver dónde podríamos servir.
Encontramos un centro cultural donde las personas mayores se reunían dos veces por semana, así que me puse en contacto con la persona a cargo designada por el gobierno. Ella me presentó al grupo en su próxima reunión y les dije que podía ayudar con consejería gratuita individual y familiar.
Ese día, tres personas me pidieron ayuda. Entre ellas estaba una dama a la que llamaré Dominga. Dominga parecía tener unos 80 años. Nos dijeron que ella era la persona más difícil de la comunidad.
Era grosera con todos, nunca decía hola ni siquiera cuando alguien la saludaba, y si respondía, siempre reaccionaba mal. Cuando habló conmigo, dijo: "Necesito hablar con alguien porque tengo muchas cosas dentro de mí que necesito sacar".
Fui amigable con ella y le dije que estaría encantada de ayudarla. Establecimos una hora para que yo la visitara en su casa.
Dominga tenía mucho resentimiento en su corazón por toda una vida de rechazo, incluso de sus propios hijos. Comenzamos a visitarla e invitarla a nuestras reuniones de oración. Durante las reuniones de oración, ella siempre discutía, nos interrumpía y se iba antes del final. A pesar de todo lo que hacía, nunca discutíamos con ella.
En las reuniones comunitarias comenzamos a hablar sobre el amor de Dios, Su perdón y los beneficios que producen. Al principio, a Dominga le resultó difícil escucharnos. "¿Quién soy yo para perdonar?" Decía ella. "No soy Dios ni nada parecido".
Sabiendo que Dios produciría un cambio en Dominga, la ayudamos pacientemente a limpiar su casa e ir con ella a sus citas médicas.
Después de meses con Dominga, aceptó a Jesús como su Salvador personal. Durante las reuniones, ella no interrumpía más. Al contrario, preguntó cuándo volveríamos a vernos. Pidió oración por sus hijos, algo que nunca había hecho antes. También se hizo amiga cercana de la señora que organizaba nuestras reuniones semanales, a pesar de que antes no se soportaban.
Con todos estos cambios, durante una de las reuniones en el centro cultural se me acercó y me dijo: “Llama a la suegra de mi hijo. Quiero hablar con ella".
Me pregunté qué estaría tratando de hacer ahora. ¿Se iba a pelear con ella o qué? Le pregunté: "¿Estás segura?" “Sí, llámala”, me dijo.
Estaba preocupada por lo que podría pasar, así que decidí reunirme con ellas en un lugar privado. Para mi sorpresa, ¡Dominga le pidió perdón con humildad y amor por todos los insultos que había proferido en el pasado!
Dominga empezó a llevarse bien con todos. Ahora saluda a la gente y participa en reuniones sin rechazar lo que escucha. Dios la ha transformado completamente.
Esta historia apareció originalmente en Transform the Globe. Para leer más, pulse aquí.